8 de agosto de 2013

Al Otro Lado

Me miré en el espejo por última vez, las sombras bajo mis ojos de cristal advertían algo, pero preferí ignorarlo; Lucía me esperaba en el café a las cinco, no quería demorarme. El del espejo hizo una mueca desconocida para mi rostro, se veía feliz de una manera distinta. Giré para tomar el sombrero que estaba sobre la silla, resbalé y caí hacia atrás; sus manos, que me acechaban como garras impacientes, me sujetaron y arrastraron dentro de la prisión donde él había reinado durante veintisiete años; ahora libre, ocuparía mi lugar. Sabía que no podía confiar en él, nunca debí darle la espalda.
Se acomodó el sombrero mirándome a los ojos, yo no era capaz de decidir mis movimientos, me sentía como una marioneta desgarbada. Volvió a sonreírme orgulloso de lo conseguido, me dio su perfil derecho y me arrastró hacia un costado, ambos desaparecimos por completo. Lo oí revisando unos papeles, cerrando la puerta, entonces me quedé sólo en el lado oscuro, en completo silencio.

Las ideas viajaban veloces en mi mente, tratando de entender, buscando una manera de sacarme de ese escondite. Una fuerza centrífuga me sujetó por la espalda despedazándome en millones de partículas; mi conciencia llegó antes al espejo del ascensor, donde otros cuerpos se materializaban delante y detrás de mí. El otro me miraba sabiendo. Las puertas se abrieron y todos comenzaron a salir, inmediatamente una nube de restos ajenos me embriagó para arrastrarme con ella hacia la nada. Flotaba en una nebulosa azul, esperando ser llamado para cumplir mi destino de reflejo. Los pensamientos se movían de un modo distinto, escapaban hacia otro lugar, volvían transformados; no era mi forma de pensar, no comprendía aquella sucesión de imágenes encadenadas en mi mente, nada parecía darme una idea de cómo salir de allí. Tomarlo por la espalda me iba a ser imposible, él no descuidaría su libertad de esa manera; yo no sabría cómo hacer otros movimientos que no fueran una copia exacta a los suyos, supongo que requería años de práctica. De vuelta en mi cuarto, las calles se iban apagando, su silueta se dibujaba frente a la mía, nos veíamos las sombras, nada bueno. 
─Nos has encontrado una linda mujer -dijo él, mientras se quitaba el saco- , ya era tiempo de que la conociera; es una suerte que le gusten tanto los parques, allí no hay espejos -me guiñó un ojo y yo a él, aunque no logré que se evidenciara el desprecio.
Se quitó la camisa y miró en mi espalda las marcas que las uñas de Lucia habían dejado en la de él. Una furia como un sol me encendió por dentro; él me observaba, sabía exactamente lo que sucedía y se regocijaba en ello. 
─Será mejor que te calmes -dijo- , voy a darme una ducha, ¡que te diviertas! -y lanzó sobre el espejo una sábana blanca abrumadora como un mar espumante.
El golpe me dio de lleno sobre el pecho, el piso se disolvió bajo mis pies, comencé a caer en otra profundidad desconocida. Mi cuerpo golpeaba contra la ira que se esparcía como la lluvia en el descenso. Empezaba a comprender el juego, mis emociones creando los espacios; esa era la energía que necesitaba para volver a mi vida, debía serenar mis estados, conquistar la calma para contener aquellos fangosos sentimientos. Los colores comenzaron a aparecer como si me deslizara en medio de un arcoíris, me arrancó de allí mientras descubría el espejo de nuevo. Volví casi sin saberlo, por partes, despedazado, uniéndome otra vez. Estaba lejos para alcanzarlo, la luz del velador me daba de lleno en la cara, no podía verlo bien. Nos vestimos lentamente sin dejar de mirarnos, pasados cinco minutos estaba listo para hacer noche en el bar con mis amigos.
─¡A tu salud! -dijo, y haciendo un gesto de brindis nos separamos.

Era extraño, sabía que afuera el sol y la luna jugaban su carrera infinita pero no había día y noche para mí, el tiempo no existía dentro. Me estaba acostumbrando al encierro, comenzaban a parecerme magníficos los viajes y recovecos en los que caía casi sin saberlo; quería salir, pero también tenía cierta curiosidad por lo desconocido.
Lo sentí antes de que llegara; en algún lugar, frente a un espejo él me estaba esperando. Me deshice como castillo de arena y desperté con el rostro contra el vidrio, la sangre brotando de la boca y la nariz completamente desfigurada. El puño se dirigió hacia mi cara, tuve suerte de aquel movimiento rápido que me llevó a otra oscuridad, era mi momento. Él estaba cerca y aturdido, no iba a tener una oportunidad mejor, sin saber cómo hacerlo debía forzar el intercambio. Los brazos sujetando mi chaqueta me trajeron de regreso, el espejo a mis espaldas se quebró como una estrella destellando; intenté girar pero él sabía, aun con su embriaguez, lo que podía perder. Nos alejó del cristal roto hasta que una patada en el estómago nos volvió de frente, dándonos el impulso necesario para encontrarnos de nuevo. 
Una semana después nos volvimos a ver; es una suerte que en los hospitales no haya espejos, quién querría mirar a la muerte a los ojos antes de partir. Quité todos los objetos que pudieran traer un reflejo a la casa, solo dejé un espejo al final del corredor para ver como luzco antes de salir. No me acerco ni le doy la espalda, me alejo caminando hacia atrás y me desaparezco como un truco de magia, para que la nube lo torture con sus ráfagas.

por Victoria Montes

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