No quiero que llegue esta noche donde las estrellas están alzadas y me miran sabiendo que no hay tregua. No quiero que llegue porque sé que será la última, después el alma se mudará a otras tierras, los ojos se llenarán de moho gris y el corazón perecerá bajo la mentira descubierta. ¿Y si no creyera en el destino? Si pudiera escaparme. Tantos huyen de sí mismos, magnífico don del demonio que les brinda la naturaleza. El mío sólo se golpea, espera el knock out con la cara hundida en el pozo y los dientes teñidos con rojos hilos de seda. Sé que tengo que decírselo pero cuando lo haga voy a perderla; no va a irse lejos, la conozco de memoria, va a quedarse a mi lado fingiendo el tiempo, continuará moviéndose como la abeja impaciente en la ventana. Pero aquella que conocí tan bien durante treinta y siete años va a morir apenas yo abra la boca, la voy a ir enterrando con el cemento de mis palabras. Algo en mí también partirá, la mentira que he cuidado con tanto recelo va a expandirse en el vacío amargo de una vida tan ajena. Perdido mi tiempo, perdido el de ella.